El 21 de Julio partimos hacia Alemania, a una pequeña
localidad llamada Diemelstad, la cual acoge este año el mayor evento de rol en
vivo y soft combat de Europa, el
Drachenfest .
Y como M’anime es una gran familia de locos, un solo miembro
representa al conjunto, así que un servidor en representación de toda la
asociación narrará los acontecimientos que allí sucedieron.
Tras 24 horas de autobús, unos 30 españoles de todos los
rincones de la península (gallegos, catalanes, madrileños, zaragozanos,
valencianos...) descargamos nuestros bultos, equipajes y armas de gomaespuma en
una llanura verde rodeada de frondosos bosques. Estábamos en el Drachenfest, y
solo restaba montar el campamento y asentarnos. Nosotros seríamos, una vez
caracterizados y asentados, los miembros del Tercio Viejo de Espinosa, con el
favor de su majestad de las Españas.
Estábamos en el campamento Azul casi todos los españoles que
habíamos viajado en el bus. Dicho campamento se caracterizaba por estar ligado
al mar, y sus habitantes, unas 200 personas si no más, eran piratas, soldados
ingleses y los tercios viejos de España. Todos conviviendo en el campamento
Azul, el llamado campamento Libertad.
Pero hay muchos más campamentos en los varios kilómetros que
rodeaban el pueblo central (compuesto por tiendas de armas, una gran taberna,
tiendas de comida y bebida…). Tras las murallas del campamento Azul se
extendían unas colinas y verdes llanuras que acogían el resto de habitantes del
Drachenfest, casi 6000 personas. Se repartían en los campamentos Negro, Plata,
Rojo, Cobre, Gris, El Caos, Los orcos, Las Tribus, Verde, Dorado… y cada
campamento tenía unas características y
personalidad.
El Azul, el mar y la libertad. El campamento Rojo eran
soldados que amaban la Guerra. El Verde era compuesto por elfos del bosque y
criaturas mágicas que amaban la tierra. El Negro, hechiceros oscuros, el
Dorado, inquisidores al servicio de la iglesia y el bien mayor, el Gris, magia y conocimiento,
los Orcos, belicosos, estaba formado únicamente por pnj… y así cada campamento
era único, tenía sus reglas y sus tradiciones, y se relacionaba o no con el
resto según alianzas o enemistades que iban confluyendo durante el juego.
Cada campamento tenía a un jefe supremo, los llamados
Avatares. Estos eran pnj, y representaban Semidioses a los cuales cada
campamento veneraba y obedecía. El nuestro era el llamado Avatar de la fiesta,
su trono estaba en un lugar privilegiado de la Taberna y rodeado de piratas.
Tenía el aspecto de un hombre pez y siempre estaba acompañado de sirenas.
Así pues, una vez familiarizados con los campamentos,
establecidos ya en nuestra parcela, con las tiendas montadas, el día 24 de
Julio por la noche tuvo lugar la ceremonia de apertura y desde ese momento
empezaba el Drachenfest oficialmente. 24 horas de rol, ininterrumpidas,
despidiéndonos de todos los elementos del siglo XXI, y nos trasladamos a la
edad fantástica del Drachenfest: Soldados medievales, centuriones romanos,
guerreros elfos, piratas…
Y nosotros, los tercios españoles, empezamos esa misma
noche. Así empiezan las aventuras del Tercio Viejo de Espinosa, relatadas en
prosa para el disfrute de los lectores.
De lo que
aconteció a los tercios españoles en el Drachenfest: Crónicas de libertad.
Cayó la noche
en las verdes tierras fantásticas que nos rodeaban y nos dirigimos al círculo
de rituales, en donde las piedras mágicas en forma de dragón serían testigo de
todo el poder de los Avatares. Allí se desplazaron todos los demás campamentos,
ansiosos por rendir tributo a sus pérfidos Avatares. Cuando ya estábamos
formando frente al gran círculo, rodeados de los malolientes piratas que nos
acompañaban, y con miles de otros fulanos de los demás campamentos, unas luces
mágicas y un humo extraño surgieron del círculo. La ceremonia estaba a punto de
empezar. Y yo, Iñigo Montoya, me sentía extrañamente inquieto.
Entonces
apareció nuestro Avatar en todo su esplendor, el Avatar del campamento Azul, el
Avatar de la fiesta, de la libertad. Se aproximó a las filas de sus seguidores
que allí le vitoreábamos y hizo lo que ninguno de los demás semidioses se
plantea siquiera hacer, se arrodilló ante nosotros. Nuestros hombres explotaron
en aplausos, gritos y coreamos “campamento Azul” hasta quedar afónicos.
Entonces llegaron los demás Avatares. Según el protocolo, si un Avatar se
inclina ante otro en una reverencia, significa que durante la contienda estos
serán neutrales entre si. Si hay una reverencia y además se dan la mano o se
abrazan, estos Avatares serán aliados. Si en cambio se ignoran o se apuntan con
las armas, claramente serán enemigos.
Así que puedes
imaginarte, querido lector, la furia que despertó en nuestros corazones el
hecho de que el Avatar del Caos hiciera su aparición y obligara a arrodillarse
a nuestro Avatar a la fuerza ante él. Así concluyó la ceremonia, las luces se
apagaron y el humo se disipó, y corrimos a nuestro campamento. La veda estaba
abierta, se acababa la tregua, y ya podía haber combates abiertos en aquella
tierra conocida como Drachen.
Aunque la
afrenta estaba hecha y el odió al campamento del Caos era absoluto, lo primero
era lo primero. Necesitábamos dinero. La moneda que funcionaba en aquella
tierra perdida de la mano de dios eran los cobres, platas y oros. Cada uno de
los hombres del tercio teníamos unos pocos cobres que atesorábamos con
avaricia, pero las arcas comunales del campamento del tercio estaban
prácticamente a cero, así que necesitábamos dinero rápido, y esa noche haríamos
lo que a partir de entonces se tornaría rutina: salir al amparo de la oscuridad
a acuchillar y robar todo el cobre posible de las bolsas de incautos paseantes.
Pero esa noche
no hubo suerte, ya que los ánimos estaban caldeados y los campamentos tenían
patrullas por toda la llanura, el coto de caza estaba inundado de enemigos.
Tras unas cuantas escaramuzas nocturnas que dividieron a nuestra unidad,
quedamos separados del capitán, del cabo y del sargento, por lo tanto decidimos
volver al campamento, solo para encontrarnos con un golpe de estado perpetrado
por una diosa del mar que odiaba la libertad y a nuestro Avatar. Unas furcias
marinas campaban a sus anchas por el campamento, hiriendo a los seguidores del
Avatar. Este nos pidió ayuda, pues la diosa confundía libertad con debilidad.
Pero éramos
españoles y nuestro acero pedía sangre, así que ignoramos aquel confuso
rifirrafe y Don Ramón, mi gran amigo y compañero, y yo decidimos salir a cazar
a las apestosas criaturas conocidas como Orcos a la llanura. De camino nos
encontramos con la 3ª escuadra de la 1ª compañía de los tercios viejos, los
cuales nos invitaron a marchar con ellos pues tenían la misma pretensión que
nosotros. La fortuna hizo que de camino al campamento orco nos topáramos de
lleno con un gran asedio. Al parecer miembros del campamento Azul asediaban el
campamento del Caos como venganza a la afrenta que este había cometido en el
círculo de rituales. No necesitábamos saber más. Al grito de “Santiago y cierra
España” nos unimos al asedio.
Ninguno de los
contendientes que allí luchaban contaba con armas largas, así que nuestras
picas y alabardas marcaron la diferencia. Marchamos al son del himno sagrado de
los tercios en una columna de muerte, con las picas abajo, y el buen dios quiso
darnos la victoria esa noche. El campamento azul y algunos de sus aliados
habíamos tomado el campamento del Caos. Y ahora su bandera era nuestra.
Con los ánimos
encendidos por la victoria, el tercio marchó hacia el campamento Orco,
cantando, silbando, sonriendo ante la perspectiva de poder luchar contra las
impías criaturas que nos esperaban tras las empalizadas del inmundo campamento.
Ocho españoles dispuestos a morir esa noche formamos ante las puertas de los
orcos y les instamos a salir. Un suicidio que disfrutaríamos con gusto. Pero
aquellas cobardes criaturas no respondieron al desafío, y la pelea se zanjó con
un combate singular entre el valiente hombre que nos capitaneaba y uno de los
orcos más gigantescos que habíamos visto nunca. Cuando la pelea acabó,
recogimos a nuestro maltrecho hombre que había luchado con valentía y dimos por
acabada la noche.
Pero malas
noticias nos esperaban al llegar a nuestro campamento. Mientras estábamos
fuera, el campamento Cobre nos había asediado y robado nuestra bandera, al
parecer muy fácilmente, ya que eran pocos los soldados ingleses que custodiaban
las murallas y por lo general las puertas del campamento de la Libertad
permanecían abiertas. Esa noche nos fuimos a dormir con el agridulce sabor de
una victoria seguida de una derrota. Al día siguiente nos vengaríamos con
creces.
Y así fue como
al día siguiente nos vimos avocados en un sangriento asedio contra el
campamento Cobre. Todas las compañías de los tercios desfilamos con nuestras
armaduras y trajes, nuestros chalecos de cuero y nuestros sombreros emplumados.
A pesar del calor sofocante formamos en perfecta línea de combate con las picas
apuntando al cielo. Contábamos con poca ayuda de los campamentos aliados y
muchos hombres caerían antes de poder derribar las puertas. Los arqueros de las
torres nos lo ponían difícil, e incluso con nuestros cañones no podíamos llegar
a derribar las puertas. Pero entonces el tercio cargó hacia una muerte segura y
muchos cayeron a mí alrededor. Incluso yo salí malparado pues una flecha me
atravesó el brazo. Tuve que salir arrastras de la formación y esperar a que un
sanitario me ayudase. En nuestra compañía contábamos con una boticaria experta
cirujana de campaña, y con un monje franciscano versado en la medicina y
primeros auxilios. Me vendaron la herida y pude volver al combate, con tal mala
suerte de que cuando estábamos a punto de entrar por las puertas derribadas,
los campamentos aliados del Cobre abrieron sus puertas y nos flanquearon.
Guerreros con armaduras completas y grades escudos cargaron contra nosotros.
Nuestras alabardas los mantuvieron a raya unos momentos, pero la carencia de
escudos entre nuestras filas empezó a pasarnos factura y hubo que retirarse.
Y así pasaron
las horas, asedio tras asedio y batallas. Muchas pérdidas en los diferentes
bandos. El tercio español siempre a la cabeza de los contendientes del
campamento Azul. Eso cuando no arreciaba tormenta y las peleas se apagaban.
Entonces, vive Dios! todo se llenaba de barro y debíamos refugiarnos en la
taberna. Allí cantábamos canciones, bebíamos el brebaje mágico de los piratas
el “Tortuga libre”, que apagaba los sentidos y embotaba la mente. Allí hacíamos
ofrendas a nuestro Avatar de la fiesta, y en nombre de la Libertad bebíamos.
Así fue, bebiendo, como hicimos migas con una tripulación pirata muy especial,
los Pirratas, una banda de hombres rata que nos acogió con gusto en su
campamento y nombraron a nuestro cabo pirata honorifico de su banda. Ahora eran
como nuestros hermanos, y bebiendo bajo la impía lluvia, pasamos las horas.
Así fue como
llegó la hora de la gran batalla final. Habíamos luchado con honor, habíamos
recibido heridas por todo nuestro cuerpo. Habíamos asediado el campamento Rojo,
uno de los más belicosos y difíciles de conquistar, sus hombres de armadura
completa y sus arqueros nos habían costado muchas bajas.
Habíamos completado
misiones de espionaje, habíamos capturado y trasladado los huevos del Dragón
con éxito. Por las noches, junto al cocinero, el fraile y un mochilero, extraña
banda, me había dedicado a acuchillar y robar a todo ser incauto que paseara
por la llanura.
Y así pasó una
semana. Y llegó el día. El día en que todos los campamentos saldrían con sus
hombres al campo de batalla y nos enfrentaríamos en una última gran batalla que
decidiría por fin quien se sobreponía ante todos los demás en esa extraña
tierra. Así, vistiendo nuestras mejores galas, con las picas en alto,
desfilamos en formación, el tercio en columna, y mientras pasábamos ante las
demás tropas del campamento, estos nos saludaban con respeto, nos vitoreaban, y
nos gritaban “Tercios, Tercios!”. Sabían que éramos en único brazo armado y
disciplinado del campamento Azul, sabían que éramos los más duros. Y nuestros
enemigos también lo sabían.
Pero no
formamos solos, pues nuestros amigos los Piratas, agradecidos por nuestro
rendimiento en batalla habían querido homenajearnos y habían creado una unidad
especial que nos apoyaría en la batalla, la llamada “reserva de la reserva” y
con estandarte propio marcharon junto al tercio. Así como un pelotón suicida de
milicianos extranjeros que se lanzaban como perros hambrientos al enemigo y que
lucían al pecho la cruz de borgoña del tercio.
Era un buen día para ser español.
Ante nosotros
se extendía todo un espectáculo multicolor. Todos los demás ejércitos marchaban
a la batalla en formaciones, y podíamos ver ejércitos tan pintorescos y diferentes
como legionarios romanos, orcos, elfos, tríbus de bárbaros pintados, magos,
soldados de armadura completa, golems de piedra, e incluso obras de ingeniería
que escapaban de todo entendimiento.
Unas 5000
personas se dieron cita en el campo de batalla. Ejércitos aliados contra sus
enemigos mortales. El tercio formó frente al campamento verde y se le dio
instrucciones de cargar contra los flancos del ejército enemigo. Formamos, nos
miramos entre nosotros, Sabíamos que moriríamos aquel día pero lo haríamos
luchando. “Es un honor luchar junto a vosotros” fueron las palabras que nos
dedicábamos antes de cargar. Al grito de “Santiago y cierra España” los tercios
cargamos. A unos 5 metros del enemigo, empezamos a cantar el himno: -“Oponiendo
picas a caballos, enfrentando arcabuces a piqueros, con el alma unida por el
mismo clero que la sangre corra protegiendo el reino. Hasta de borgoña
flameando al viento, hijos de Santiago, grandes son los tercios…”
Nos daba
ánimos y asustaba y desconcertaba al enemigo. Con las picas abajo nuestras
filas chocaron y cuando el enemigo reculaba nuestras filas se rompieron por
culpa de una descarga de arqueros y ballesteros que cubría el flanco. Nos
asaetearon sin piedad ya que no teníamos escudos para protegernos. Nos retiramos
y nos volvimos a agrupar para cargar de nuevo. Las filas volvieron a chocar y
comenzó el caos. Cuando ya los teníamos retrocediendo una carga de un ejército
de orcos nos sorprendió por el flanco izquierdo. Así la formación se rompió y
comenzaron los combates cuerpo a cuerpo y las peleas singulares. Con mi
alabarda había conseguido llevarme a unos cuantos, pero una vez rota la
formación la alabarda era practicante inútil.
Como no tenía espada, lo único
que me restaba era la daga. Lance la pica al suelo y cargué contra las filas
enemigas. Pude asestar un cuchillazo antes de que me derribaran a base de
espadazos. Así concluyó para mí la última batalla.
Destrozado,
con golpes por todo el cuerpo me tendí sobre la yerba esperando la muerte. Solo
esperaba que viniera antes nuestro fraile y me diera la extremaunción para
estar en paz con Dios, aunque la Bula Papal que llevaba arrugada y cosida al
sombrero ya me aseguraba la entrada al cielo, dudaba que ese documento me
acreditara realmente. Pero no fue un cura lo que vino en mi auxilio, sino un
sanitario de la milicia. Se arrodilló ante mí y empezó a hablar en su lengua
hereje. Cerré los ojos y lo último que escuche fue
“Victoria!”
Del final del viaje ni os hablo, pues cualquiera que haya ido a un viaje, a un rol en vivo, a un evento, o a unas jornadas, lo puede explicar igual y de la misma manera... ¡¡¡ JODIDO E INTERMINABLE VIAJE DE VUELTA !!!
CRÓNICA REALIZADA POR: RAFAEL GIMENO
FOTOGRAFÍAS: EXTRAÍDAS DEL ÁLBUM DE MARINA T.
1 comentarios:
Muy buenas! Soy una jugadora de rol de mesa que ha caído enamorada de este Rol.. Me parece increíble la cantidad de gente de todas partes que agrupa,y me gustaría saber dónde puedo recabar mas información.. Como participar,transfondo,funcionamiento,grupos en España ya constituidos.. He buscado mucho,pero he encontrado poca información en español.. Podrías recomiendarme donde buscar?
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